viernes, 25 de noviembre de 2016

Relato 3: SAN BLAS

Jueves 21 de febrero de 2008. Me desperté a las cinco de la mañana tal como había programado mi reloj. Cinco y media estaba esperando con todo listo en la recepción del hotel. Aarón me dijo que nos pasaban a buscar en una camioneta 4×4 Lan Rover. No entendíamos por que se necesitaba una 4×4 para llegar a un pueblito y tomarse una lancha hasta la isla que nosotros íbamos. Unas dos horas después lo íbamos a saber. Subimos a la camioneta quince minutos después del horario pactado. Viajamos cerca de una hora y media para llegar a un camino de tierra. Ese era el punto de partida de la aventura. Fueron 40 km a pura adrenalina. Subidas, bajadas y curvas en pleno barro movedizo. La camioneta que estaba toda destartalada parecía una samba por cómo se movía. Había ciertas partes del camino que si no les ponía las cadenas a las ruedas la camioneta se quedaba. Encima me tocó viajar en la fila de asientos de atrás que se movían para todos lados. Y para colmo la camioneta tenía el tren delantero destrozado, así que la aventura fue doble. Por fin cerca de las diez y media llegamos la orilla de un río donde nos venían a buscar en bote para llevarnos a la isla. Éramos seis personas: cuatro israelíes y nosotros dos.

Llegamos a la isla Cartí. Me encontré con algo distinto a lo que me había imaginado. Pensaba que iba a dormir bajo una palmera y a pocos metros del mar. Pero para mi sorpresa me llevaron a un lugar donde había civilización. Nos asignaron una cabaña para los dos. Tenía una cama y una hamaca. Sin dudas elegí dormir en la cama. En realidad, esas “cabañas” son las casas de los indios kunas que algunas las alquilan para turistas. Estábamos alojados en una isla conviviendo con esa comunidad de indios. Jamás me imaginé esa situación. Estaba muy contento, con curiosidad y con ganas de más acerca de ellos. Previo al almuerzo Aarón nos dio unas palabras de bienvenida y nos hizo algunas aclaraciones, como la que no se les puede sacar fotos a las mujeres sin su previa autorización. Incluso te pueden llegar a cobrar un dólar. Estaba seguro que iba a poder sacar muchas sin pagar un solo centavo.


Nunca en mi vida comí en tantas comidas seguidas arroz, ensalada y pollo o pescado. Esa es la base de la alimentación kuna y por lo tanto en esos cuatro días que pasamos con ellos comimos eso. No me quejaba, ya me había acostumbrado, me gustaba y hasta repetía dos o tres veces por comida. Luego de ese primer almuerzo hicimos la primera excursión. Fue a la isla Aguja. Donde vivíamos nosotros no había playa, era como “la ciudad” a pesar de que no había luz eléctrica, ni nada como en las ciudades que estamos acostumbrados a ver. Cartí, esa isla “ciudad o pueblo” no medía más de unos 200m x 200m. Yo ya estaba demasiado ansioso por ver esas islas, esas playas y ese mar paradisíaco que tan famosas hacían a San Blas. Se dice que para creer algo hay que verlo. Yo lo vi y doy fe que existe el paraíso. Este primer paraíso se llama Aguja. Ya desde el bote y desde lejos se podía ver un conjunto de palmeras, algo blanco que era la arena y un cambio brusco en el color del mar. A medida que me acercaba más a la isla no podía creer lo que estaba viendo. La típica foto o postal que uno imagina o sueña con conocer la tenía frente a mis ojos. La arena no parecía arena, sino harina por lo blanco y lo fina. El agua era de un color turquesa pero muy muy clarito y transparente. Bajé del cayuco (es el bote en el que nos llevaban a las excursiones), dejé mi mochila, agarré un visor con snorkel y me fui al mar. Era hermoso ver la cantidad de peces que había, la variedad y el color que tenían.
Escrito por Matías Candel [maticandel@hotmail.com]

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